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Facultad de Ingeniería Química

Entre los años de 1954-1956, bajo la dirección del ilustre maestro Gustavo Urcid Bautista, la hoy Facultad de ingeniería Química, consolidó su desarrollo académico.

A 60 años de iniciarse la enseñanza de la ingeniera química en Puebla, precisamente en nuestra Universidad, la Facultad de ingeniería Química retoma su rumbo hacia una nueva época. En la celebración de su LX aniversario, el 24 de septiembre de 1998, su director, Elías Jiménez Salgado, anunció el desarrollo de estrategias para fortalecer esta unidad académica, su quehacer de enseñanza y en breve de la investigación, así como la apertura de otras licenciaturas, maestría y doctorado.

Con esta perspectiva, esa facultad ha iniciado los trabajos de autoevaluación y se propone lograr mayor acreditación de la calidad de la enseñanza que imparte, lo que garantizara a sus egresados posibilidades para desempeñarse en el país y en el extranjero.

Asimismo, ha integrado su patronato con la participación de empresas y de egresados, cuya tarea es la consecución de recursos financieros para fortalecer la infraestructura de la facultad, pues desde la ocupación de sus propias instalaciones en Ciudad Universitaria, en 1970, en sus laboratorios operan los mismos equipos, sobra decirlo, obsoletos.

Los poco más de tres mil ingenieros químicos formados en esa unidad académica en estos 60 años son ejemplo a seguir por las futuras generaciones, que ahora estudian y los que ingresen en los próximos años; y es un compromiso de las autoridades universitarias y de su misma comunidad llevar a esa facultad a niveles de competitividad y excelencia, que la identifique como líder en la formación de ingenieros químicos en la región y el país.

La ingeniería química en la UAP

En 1938, Puebla tenía una población de 148 mil habitantes, sus límites eran la colonia Santa María, al norte; Humboldt, al oriente; 17 sur o San Sebastián, al poniente; Agua Azul y El Carmen, al sur.

Un año antes, el antiguo Colegio del Estado se había transformado en Universidad de Puebla; toda su población estudiantil: 562 alumnos, 315 de ellos en profesional y 247 en preparatoria, se concentraba en el Edificio Carolino.

Ese año, dos estudiantes visionarios: Constantino Solano Montiel, secretario de la Federación de Estudiantes de Preparatoria, y Alfredo Lobato Velázquez, su colaborador, deseosos de estudiar una nueva profesión y ante la carencia de recursos para cursarla en la ciudad de México, en la UNAM, propusieron la apertura de la carrera de ingeniero químico en la Universidad de Puebla. Para ello, interesaron en el proyecto al ingeniero Arcadio Medel Marín, director de la preparatoria.

Plantearon su propuesta al rector Manuel L. Márquez, quien los envió con el gobernador Maximino Avila Camacho; visitaron también la Facultad de Ciencias Químicas de la UNAM donde recibieron asesoría y los planes y programas de estudios.

Integraron el proyecto, y el ingeniero Medel Marín lo presentó al rector, luego al Consejo Universitario, y más tarde fue turnado al Congreso del Estado para su aprobación.

Pese a la oposición de algunos químicos, que decían que los egresados no serían ni químicos ni ingenieros, ese mismo año abrió sus puertas la nueva escuela, con el químico Alvaro Porta López como director, al mismo tiempo que dirigía la Facultad de Ciencias Químicas; en 1940 esta escuela, junto con la de ingeniería Civil, también de reciente creación, integraron la Facultad de ingeniería, que tuvo como sede Las Catacumbas.

A la derecha de la escalera que da acceso a las llamadas Catacumbas se ubicaba el laboratorio de análisis cualitativo, el salón siguiente era el de análisis cuantitativo, que contaba con una balanza y una mufa; a la izquierda estaban las aulas, la más famosa era la alberca por el desnivel que tenía, y también la biblioteca, con unos cuantos libros de ingeniería y unas viejas revistas.

Aun cuando la Universidad vivía en la penuria, con carencias proverbiales, muchos profesores no cobraban por falta de fondos y otros no asistían a clases, pues el presupuesto de la Universidad era prácticamente el mismo año tras año; sin embargo, con el aval del rector y del gobernador, se otorga un presupuesto adicional a la nueva escuela.

Referencia: Tiempo Universitario, Año 2, No. 2, H. Puebla de Zaragoza a 28 de enero 1999

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