UniversidadCanoa: a treinta años de la tragedia (1968-1998)Por: Humberto Sotelo Mendoza
Parroquia de San. Miguel Canoa 

Canoa,      una      pequeña      comunidad    ubicada    a    unos  doce  kilómetros  de  la  ciudad  de  Puebla,  el  14  de  septiembre de 1968 fue el escenario  de  una  terrible  tragedia  que conmovió a todo el país y a nuestra entidad: un grupo de jóvenes  empleados  de  la  Universidad Autónoma de Puebla fueron linchados por una turba furiosa, que estaba convencida de que aquéllos eran emisarios del  comunismo  internacional,  y que iban dispuestos a secuestrar al cura del lugar, a llevarse la  estatua  de  su  santo  patrón,  y  a  secuestrar  a  sus  hijos  para  enviarlos  a  algún  país  comunista, Cuba o Rusia.

En realidad los jóvenes de referencia —Ramón   Calvario   Gutiérrez, Miguel   Flores   Cruz, Julián González Báez, Jesús Carrillo Sánchez y Roberto Rojano Aguirre— no tenían otro propósito que el de escalar La Malinche, decidiendo arribar a San Miguel Canoa porque en esta comunidad, que se encuentra enclavada en las faldas de la  montaña,  existe  un  camino  muy  transitable  que  conduce  hasta  una  parte  muy avanzada de la misma. Aquéllos, aunque simpatizaban con los movimientos estudiantiles que se desarrollaban en esos años —tanto a nivel nacional como estatal— estaban muy lejos de ser individuos altamente politizados: participaban discretamente en los movimientos que se libraban en la Universidad en esos años.

Eran personas con un nivel cultural medio, y en lo fundamental se dedicaban a  cumplir  con  su  trabajo  en  la  UAP.  Dos eran   bibliotecarios, otros   dos   eran empleados de intendencia, y el otro era chofer. Todos ellos  eran  aficiona-dos  del  deporte,  y,  al  igual  que  la  mayoría  de  los  jóvenes  de  esos  años,  estaban  entusiasma-dos  con  el  gran  acontecimiento  que  tendría  lugar  en  México  en  octubre de 1968: las Olimpiadas.

En  los  primeros  días  de  septiembre,  aprovechando unos días de asueto,  decidieron  excursionar  a  La  Malinche, animados sobre todo por Julián  y  Ramón,  quienes  ya  habían escalado a la montaña en varias ocasiones.

Una vez que consiguieron el equipo necesario, salieron de la ciudad de Puebla el 14 de septiembre, a eso de las seis de la tarde, tomando un camión que los llevara a San Miguel Canoa, dispuestos  a  iniciar  el  ascenso  antes  de  que  oscureciese. Sin embargo, una intensa lluvia los sorprendió justo cuando estaban en el pueblo, lo cual les truncó sus planes de dirigirse  a  La  Malinche inmediatamente, decidiendo pasar la noche en esa comunidad.

Al principio se refugiaron en una de las tiendas del pueblo, en donde le indagaron al dueño si sabía de algún sitio donde pudiesen pasar la noche, pero, ante la  respuesta  negativa  y  cortante  del  mismo,  salieron a pedir albergue al curato y a la presidencia municipal,  en  donde  también  fueron  recibidos  de  manera hostil, negándoseles el asilo que buscaban.

Ni  remotamente  los  jóvenes  adivinaban  la  causa de tal hostilidad: desde que arribaron al pueblo  su  presencia  despertó  una  profunda  alarma  entre  los  habitantes,  quienes,  tal  como  sucede  en  las  comunidades  pequeñas,  comenzaron  a  correr  el rumor de boca en boca de que los excursionistas, como dijimos más arriba, se proponían convertir a Canoa en un “baluarte del comunismo”.

El pandemónium

Retomando el hilo de la narración, los jóvenes excursionistas estaban muy lejos, pues, de intuir que se encontraban al borde de ser víctimas de  la  paranoia  colectiva  que  invadía  el  país, cuyos ecos habían llegado hasta la comunidad de Canoa.

Una vez que fueron rechazados del curato y de la presidencia municipal, pensaron  que  sería  más conveniente retornar a Puebla, empero ya el servicio  de  autobuses  había  culminado  sus  actividades,  por  lo  cual  decidieron  ingresar  a  otra  tienda que se encontraba sobre la carretera, con la esperanza  de  que  pasara  algún  taxi  que  pudiese  llevarlos a la ciudad. Mientras aguardaban, en ese lugar entablaron amistad con un joven originario de Canoa pero que trabajaba como pintor de pare-des en la Villa Olímpica, Odilón García, quien, al enterarse del problema por el que atravesaban, les invitó a pasar la noche en casa de su hermano Lucas.  Éste —a diferencia de sus  paisanos—  los  recibió   amablemente,   al   igual   que   su   esposa Tomasa y sus tres pequeños hijos. Mientras  los  excursionistas  y  sus  huéspedes  conversaban , en las afueras del pueblo iba en crescendo  el  rumor  de  que  habían  llegado  al  pueblo  un  grupo  de  comunistas  que  “iban  a  poner  una  bandera rojinegra en la iglesia del lugar”, que “no tardaban en atacar al cura”, que “se llevarían a los niños y al ganado”, y otras versiones por el estilo, lo cual propició que comenzaran a reunirse diversos núcleos de moradores dispuestos a enfrentar la  amenaza  a  como  diera  lugar.

Mientras  tanto,  las  campanas  de  la  iglesia  doblaban  con  vehemencia a efecto de congregar a los fieles y simultáneamente, varios aparatos de sonido colocados en diversos sitios exhortaban a los vecinos a salir en defensa de sus bienes y de su párroco, todo lo cual  propició  que  poco  tiempo  después  se  congregara  una  multitud  enardecida  de  alrededor  de  mil  personas, armadas de palos, machetes  y  escopetas,  que  no tardó en dirigirse al sitio donde se hallaban los excursionistas,  quienes  todavía  a  esas  alturas  —no  obstante  que escuchaban la algarabía que imperaba en las afueras de  la  casa—  no  presentían  el  pandemónium  que  tenía  lugar en el pueblo. La turba llegó al hogar de Lucas García exigiendo que   le   fuesen   entregados   los “comunistas”, y, ante la resistencia de  éste  —quien  no  titubeó  un  instante  en  defender a sus huéspedes— la multitud decidió destruir la puerta a hachazos, entrando precipitadamente a la casa.  Aún en esas condiciones Lucas continuó luchando enconadamente para evitar que los jóvenes fuesen lastimados, pero cayó herido mortalmente por el golpe de una pala, siendo el primero en caer masacrado. Minutos después caían Jesús y Ramón, recibiendo una andanada de golpes de machete, de hacha, y varios disparos. Acto seguido Julián, Miguel, Roberto y  Odilón fueron atados y sacados de la casa con dirección  al  centro  del  pueblo,  en  donde  sus  victimarios se proponían lincharlos. Al tiempo que eran pateados, insultados y golpeados, la gente vitoreaba a su santo patrón, a su cura, y lanzaba gritos histéricos contra el comunismo y contra la Universidad.

Mientras tanto,  ¿qué  hacían  las  autoridades de Canoa?, ¿qué hacía el cura del pueblo?... ¿Cómo reaccionaron ante la tragedia que tenía lugar? El  presidente  municipal  se  lavó  las  manos,  arguyendo  que  se  encontraba  en  la  ciudad  de  Puebla,  asistiendo  a  un  evento  partidista.  El cura, Enrique Meza Pérez, por  su  parte,  declaró  que  no  presenció  los  hechos  dado  que  se  encontraba  enfermo. Empero, se sospecha que él fue uno de los principales instigadores del linchamiento, dado que se caracterizaba por ser un hombre imbuído de anticomunismo y de fanatismo religioso. ¿Acaso -como señala Tomás Pérez Turrent— él no se enteró —aun-que estuviera convaleciente— que se utilizaban las campanas de la Iglesia para congregar a la multitud?

Ni siquiera Dante hubiera sido capaz de narrar el horror de esa noche. Habría que    señalar    que    algunos    moradores de dicha comunidad, espantados al percatarse de la gravedad a que habían llegado las cosas, exhortaron a la multitud  a  deponer  la  saña  con que  se  estaba  agrediendo   a   los   muchachos,   pero ya era demasiado tarde: la  multitud  ya  estaba  plenamente  sumida  en  la  embriaguez del linchamiento.

Odilón cayó muerto, después que alguien le disparara a quemarropa en el rostro. Los linchadores, creyendo que Julián y Roberto ya habían fallecido, los abandonaron, no sin antes pretender rematarlos.

Sólo les  faltaba  eliminar  a  Miguel,  quein  se  salvó  milagrosamente  porque,  en  los  instantes  en  que  se  arrojaban  sobre  él  para  matarlo, llegó el ejército, la policía, y la Cruz Roja, a quienes llamó el único vecino de canoa que contaba con eléfono, el cual, por cierto, también fue herido por alguno de sus coterráneos, seguramente al ser sorprendido pidiendo auxilio a la fuerza pública. El saldo de esa noche fatídica fueron catro muertos  —dos  empleados  de  la  UAP,  Jesús  Carrillo sánchez, Ramón Calvario Gutiérrez, la persona que los hospedó, Lucas García García, y  el  hermano  de  éste,  Odilón—  y  tres  heridos  de  gravedad:  Julián  González  Báez,  miguel  Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre

quienes pasaron largo periodo de convalescencia. La tragedia de Canoa provocó una profunda indignación  e  la  comunidad  universitara  de  la  UAP. En sesión extraordinaia del H. Consejo Universitario, el 17 de septiembre, se  acordó,  entre  otras cosas, “exigir el deslindamiento de responsabilidad por los conductos legales,, a través de una comisión  de  dos  abogados”,  “redactar  una  declaració pública acerca de los hechos, y de la actitud que  asumirá  el  Consejorespecto  al  problema”,  y  “exigir  respeto  a  la  constitución  en  lo  relativo  a  la  libertad  de  

credo”.  también se acordó “otorgar ayudas económicas inmeditas a los deudos de los dos empleados que fallecieron” (Vid. La Opinión, Diario de la Mañana, 18 de septiembre de 1968).

Ante la presión  que  ejercieron  los  universitarios,  las  autoridades  del fueron  común  se  comprometieron a llevar a cabo una “minuciosa investigación   acerca   de   la   horrible   matanza   registrada la noche del sábado 14 en el pueblo de San  Miguel  Canoa”,  empero,  como  suele  suceder, tal promesa nunca se cumplió cabalmente. No obstante que la esposa de Lucas García García, el campesino que  hospedó  en  su  casa  a los excursionistas, dio a conocer a la judicial los nombres de los presuntos responsables que congregaron  al  pueblo  por  medio  de  las  campanas  de  la  iglesia  y  un  altoparlante  que  se  encontraba  en  el  centro  del  pueblo,  las  autoridades del fuero común no actuaron con energía para sancionar a los culpables. Por   su   parte   el   párroco   local, Enrique   Meza, a quienes  varios  moradores  de  Canoa  lo  señalaron  como  uno  de  los  instigadores  de  la  tragedia,  nunca  fue  molestado.  Incluso, las autoridades eclesiásticas de Puebla lo sostuvieron como párroco de San Miguel durante más de un año, y posteriormente lo cambiaron hacia su pueblo natal, Santa Inés Ahuatempan.

Julián y Miguel se reincorporaron poco después a sus actividades en la universidad, mientras que Roberto decidió abrir un taller de fotografía. Siete años después los tres tuvieron una participación decisiva a la hora de llevarse a cabo la filmación de la película Canoa, la cual fue dirigida por Felipe Cazals, con un excelente guión de Tomás Pérez Turrent, en cuyas notas nos hemos apoyado para la realización de este trabajo.

Recuperado de: Tiempo Universitario. Año 1, no.14, 25 de junio de 1998

logo

TEMAS RELACIONADOS


PortadaNoticiasTVEn Vivo