Canoa, una pequeña comunidad ubicada a unos doce kilómetros de la ciudad de Puebla, el 14 de septiembre de 1968 fue el escenario de una terrible tragedia que conmovió a todo el país y a nuestra entidad: un grupo de jóvenes empleados de la Universidad Autónoma de Puebla fueron linchados por una turba furiosa, que estaba convencida de que aquéllos eran emisarios del comunismo internacional, y que iban dispuestos a secuestrar al cura del lugar, a llevarse la estatua de su santo patrón, y a secuestrar a sus hijos para enviarlos a algún país comunista, Cuba o Rusia.
En realidad los jóvenes de referencia —Ramón Calvario Gutiérrez, Miguel Flores Cruz, Julián González Báez, Jesús Carrillo Sánchez y Roberto Rojano Aguirre— no tenían otro propósito que el de escalar La Malinche, decidiendo arribar a San Miguel Canoa porque en esta comunidad, que se encuentra enclavada en las faldas de la montaña, existe un camino muy transitable que conduce hasta una parte muy avanzada de la misma. Aquéllos, aunque simpatizaban con los movimientos estudiantiles que se desarrollaban en esos años —tanto a nivel nacional como estatal— estaban muy lejos de ser individuos altamente politizados: participaban discretamente en los movimientos que se libraban en la Universidad en esos años.
Eran personas con un nivel cultural medio, y en lo fundamental se dedicaban a cumplir con su trabajo en la UAP. Dos eran bibliotecarios, otros dos eran empleados de intendencia, y el otro era chofer. Todos ellos eran aficiona-dos del deporte, y, al igual que la mayoría de los jóvenes de esos años, estaban entusiasma-dos con el gran acontecimiento que tendría lugar en México en octubre de 1968: las Olimpiadas.
En los primeros días de septiembre, aprovechando unos días de asueto, decidieron excursionar a La Malinche, animados sobre todo por Julián y Ramón, quienes ya habían escalado a la montaña en varias ocasiones.
Una vez que consiguieron el equipo necesario, salieron de la ciudad de Puebla el 14 de septiembre, a eso de las seis de la tarde, tomando un camión que los llevara a San Miguel Canoa, dispuestos a iniciar el ascenso antes de que oscureciese. Sin embargo, una intensa lluvia los sorprendió justo cuando estaban en el pueblo, lo cual les truncó sus planes de dirigirse a La Malinche inmediatamente, decidiendo pasar la noche en esa comunidad.
Al principio se refugiaron en una de las tiendas del pueblo, en donde le indagaron al dueño si sabía de algún sitio donde pudiesen pasar la noche, pero, ante la respuesta negativa y cortante del mismo, salieron a pedir albergue al curato y a la presidencia municipal, en donde también fueron recibidos de manera hostil, negándoseles el asilo que buscaban.
Ni remotamente los jóvenes adivinaban la causa de tal hostilidad: desde que arribaron al pueblo su presencia despertó una profunda alarma entre los habitantes, quienes, tal como sucede en las comunidades pequeñas, comenzaron a correr el rumor de boca en boca de que los excursionistas, como dijimos más arriba, se proponían convertir a Canoa en un “baluarte del comunismo”.
El pandemónium
Retomando el hilo de la narración, los jóvenes excursionistas estaban muy lejos, pues, de intuir que se encontraban al borde de ser víctimas de la paranoia colectiva que invadía el país, cuyos ecos habían llegado hasta la comunidad de Canoa.
Una vez que fueron rechazados del curato y de la presidencia municipal, pensaron que sería más conveniente retornar a Puebla, empero ya el servicio de autobuses había culminado sus actividades, por lo cual decidieron ingresar a otra tienda que se encontraba sobre la carretera, con la esperanza de que pasara algún taxi que pudiese llevarlos a la ciudad. Mientras aguardaban, en ese lugar entablaron amistad con un joven originario de Canoa pero que trabajaba como pintor de pare-des en la Villa Olímpica, Odilón García, quien, al enterarse del problema por el que atravesaban, les invitó a pasar la noche en casa de su hermano Lucas. Éste —a diferencia de sus paisanos— los recibió amablemente, al igual que su esposa Tomasa y sus tres pequeños hijos. Mientras los excursionistas y sus huéspedes conversaban , en las afueras del pueblo iba en crescendo el rumor de que habían llegado al pueblo un grupo de comunistas que “iban a poner una bandera rojinegra en la iglesia del lugar”, que “no tardaban en atacar al cura”, que “se llevarían a los niños y al ganado”, y otras versiones por el estilo, lo cual propició que comenzaran a reunirse diversos núcleos de moradores dispuestos a enfrentar la amenaza a como diera lugar.
Mientras tanto, las campanas de la iglesia doblaban con vehemencia a efecto de congregar a los fieles y simultáneamente, varios aparatos de sonido colocados en diversos sitios exhortaban a los vecinos a salir en defensa de sus bienes y de su párroco, todo lo cual propició que poco tiempo después se congregara una multitud enardecida de alrededor de mil personas, armadas de palos, machetes y escopetas, que no tardó en dirigirse al sitio donde se hallaban los excursionistas, quienes todavía a esas alturas —no obstante que escuchaban la algarabía que imperaba en las afueras de la casa— no presentían el pandemónium que tenía lugar en el pueblo. La turba llegó al hogar de Lucas García exigiendo que le fuesen entregados los “comunistas”, y, ante la resistencia de éste —quien no titubeó un instante en defender a sus huéspedes— la multitud decidió destruir la puerta a hachazos, entrando precipitadamente a la casa. Aún en esas condiciones Lucas continuó luchando enconadamente para evitar que los jóvenes fuesen lastimados, pero cayó herido mortalmente por el golpe de una pala, siendo el primero en caer masacrado. Minutos después caían Jesús y Ramón, recibiendo una andanada de golpes de machete, de hacha, y varios disparos. Acto seguido Julián, Miguel, Roberto y Odilón fueron atados y sacados de la casa con dirección al centro del pueblo, en donde sus victimarios se proponían lincharlos. Al tiempo que eran pateados, insultados y golpeados, la gente vitoreaba a su santo patrón, a su cura, y lanzaba gritos histéricos contra el comunismo y contra la Universidad.
Mientras tanto, ¿qué hacían las autoridades de Canoa?, ¿qué hacía el cura del pueblo?... ¿Cómo reaccionaron ante la tragedia que tenía lugar? El presidente municipal se lavó las manos, arguyendo que se encontraba en la ciudad de Puebla, asistiendo a un evento partidista. El cura, Enrique Meza Pérez, por su parte, declaró que no presenció los hechos dado que se encontraba enfermo. Empero, se sospecha que él fue uno de los principales instigadores del linchamiento, dado que se caracterizaba por ser un hombre imbuído de anticomunismo y de fanatismo religioso. ¿Acaso -como señala Tomás Pérez Turrent— él no se enteró —aun-que estuviera convaleciente— que se utilizaban las campanas de la Iglesia para congregar a la multitud?
Ni siquiera Dante hubiera sido capaz de narrar el horror de esa noche. Habría que señalar que algunos moradores de dicha comunidad, espantados al percatarse de la gravedad a que habían llegado las cosas, exhortaron a la multitud a deponer la saña con que se estaba agrediendo a los muchachos, pero ya era demasiado tarde: la multitud ya estaba plenamente sumida en la embriaguez del linchamiento.
Odilón cayó muerto, después que alguien le disparara a quemarropa en el rostro. Los linchadores, creyendo que Julián y Roberto ya habían fallecido, los abandonaron, no sin antes pretender rematarlos.
Sólo les faltaba eliminar a Miguel, quein se salvó milagrosamente porque, en los instantes en que se arrojaban sobre él para matarlo, llegó el ejército, la policía, y la Cruz Roja, a quienes llamó el único vecino de canoa que contaba con eléfono, el cual, por cierto, también fue herido por alguno de sus coterráneos, seguramente al ser sorprendido pidiendo auxilio a la fuerza pública. El saldo de esa noche fatídica fueron catro muertos —dos empleados de la UAP, Jesús Carrillo sánchez, Ramón Calvario Gutiérrez, la persona que los hospedó, Lucas García García, y el hermano de éste, Odilón— y tres heridos de gravedad: Julián González Báez, miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre
quienes pasaron largo periodo de convalescencia. La tragedia de Canoa provocó una profunda indignación e la comunidad universitara de la UAP. En sesión extraordinaia del H. Consejo Universitario, el 17 de septiembre, se acordó, entre otras cosas, “exigir el deslindamiento de responsabilidad por los conductos legales,, a través de una comisión de dos abogados”, “redactar una declaració pública acerca de los hechos, y de la actitud que asumirá el Consejorespecto al problema”, y “exigir respeto a la constitución en lo relativo a la libertad de
credo”. también se acordó “otorgar ayudas económicas inmeditas a los deudos de los dos empleados que fallecieron” (Vid. La Opinión, Diario de la Mañana, 18 de septiembre de 1968).
Ante la presión que ejercieron los universitarios, las autoridades del fueron común se comprometieron a llevar a cabo una “minuciosa investigación acerca de la horrible matanza registrada la noche del sábado 14 en el pueblo de San Miguel Canoa”, empero, como suele suceder, tal promesa nunca se cumplió cabalmente. No obstante que la esposa de Lucas García García, el campesino que hospedó en su casa a los excursionistas, dio a conocer a la judicial los nombres de los presuntos responsables que congregaron al pueblo por medio de las campanas de la iglesia y un altoparlante que se encontraba en el centro del pueblo, las autoridades del fuero común no actuaron con energía para sancionar a los culpables. Por su parte el párroco local, Enrique Meza, a quienes varios moradores de Canoa lo señalaron como uno de los instigadores de la tragedia, nunca fue molestado. Incluso, las autoridades eclesiásticas de Puebla lo sostuvieron como párroco de San Miguel durante más de un año, y posteriormente lo cambiaron hacia su pueblo natal, Santa Inés Ahuatempan.
Julián y Miguel se reincorporaron poco después a sus actividades en la universidad, mientras que Roberto decidió abrir un taller de fotografía. Siete años después los tres tuvieron una participación decisiva a la hora de llevarse a cabo la filmación de la película Canoa, la cual fue dirigida por Felipe Cazals, con un excelente guión de Tomás Pérez Turrent, en cuyas notas nos hemos apoyado para la realización de este trabajo.
Recuperado de: Tiempo Universitario. Año 1, no.14, 25 de junio de 1998
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