Alguna vez, por la repetitiva y agobiante tarea de ir a la escuela, le preguntamos con desesperación al docente: “¿y esto de qué me sirve en la vida?” La respuesta a tal pregunta fundamental siempre fue un reporte, una suspensión o un señalamiento por ser: arrogantes, altaneros y rebeldes. Esto se debe a la ausencia de estrategias pedagógicas que han sido el tema de discusión de los últimos 30 años.
Hasta antes de los 90’s, muchos docentes concibieron la educación como un adoctrinamiento disciplinario: “la letra con sangre entra”. Pues lo único que se requería para ser docente era saber qué enseñar con disciplina. Es decir, dictar información de manera sistemática para plantar ideas y conceptos en los estudiantes que debían aprender de memoria. El profesor debía preocuparse por terminar el temario del curso, sin prestar atención en la motivación del alumno y el modo de aprendizaje del mismo. Así, muchos alumnos crecieron con la idea de aprender por obligación y no por necesidad.
Todo conocimiento tiene un “para qué” en esta vida. Nuestras experiencias se enriquecen con nuestro saber: calcular puede salvar una amistad al repartir las cuentas de una fiesta; aprender historia nos permite entender por qué nuestros mayores piensan y actúan de tal o cual manera; leer noticias nos brinda temas para abrir una conversación. Todo conocimiento, por muy abstracto o simple que se vea, tiene como finalidad entendernos a nosotros mismos, a los otros y al constante movimiento del mundo. Esto es conocer por necesidad: querer involucrarnos más en la vida. Si como alumnos no tenemos esta visión del conocimiento: todo lo aprendido quedará en el olvido; nuestra capacidad de socializar se limita y nuestro actuar se entorpece.
Formar una sociedad con educación puramente disciplinaria genera personas con escasa capacidad para encontrar solución por sí mismos a problemáticas que rebasan lo aprendido, como el enfrentamiento al desarrollo tecnológico. La intolerancia y el temor adquirido a lo no establecido, por extrema disciplina, nos orilla al estancamiento de vivir en el anhelo de un pasado perdido, dónde nada cambia y todo era bien conocido. Nos limitamos a convivir en escasos lugares con personas de una sola ideología, idioma, cultura o creencia religiosa por el deber sin saber realmente para qué.
Como docente responder a la pregunta: ¿para qué sirve lo enseñado? Se debe identificar las problemáticas de aprendizaje de los estudiantes: sus necesidades, expectativas, inquietudes y limitaciones. La utilidad del conocimiento para un alumno analítico, no tiene el mismo sentido, que para un alumno más empírico. La forma de concebir conceptos en cada una de sus vivencias es distinta. Para algunos es suficiente saber la definición de un concepto para entender su significado. Para otros es necesario tener un ejemplo práctico del concepto para tener un aprendizaje significativo. Entender las circunstancias sociales del alumno, los distintos procesos cognitivos del aprendizaje, ser conscientes del enfoque ético de lo enseñado y las capacidades adquisitivas de los estudiantes que podrían impedir su aprendizaje, son parte de las estrategias pedagógicas que debe tener cualquier docente.
La tarea no es sencilla y no existe una única fórmula para un aprendizaje universal. Enseñar requiere de un análisis constante de cómo transmitimos conocimiento por parte del docente y de cómo adquirimos conocimiento como alumnos. Si te interesa saber más sobre el tema te recomiendo leer Formación y práctica docente. Contextos, reflexiones y pensamiento educativo. Una publicación de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en colaboración con la universidad La Salle, Oaxaca. Libro que podrás encontrar en todas las librerías BUAP. Yo soy Juanito Ramírez y este es el libro de la semana.
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