Hablando con mi padre mientras viajábamos en el trasporte público, aprendí a ver la ciudad de una manera distinta. Él me contaba lo asombroso y extraño que es desconocer viejas calles conocidas. A medida que vamos creciendo somos testigos de la transformación de la ciudad: el sentido de las vialidades cambia; zonas comerciales, naturales y residenciales aparecen o desaparecen; escuelas y centros culturales emergen o se extinguen. 

Mientras esto ocurre, al mismo tiempo esas estructuras de concreto van adquiriendo un significado importante para nosotros. Como nuestra primera vivienda; puntos de convivencia familiar y de amistad; espacio de ritualidad o celebración social. La diferencia generacional con mi padre me mostró que habitar una misma ciudad, puede tener significados muy diversos, pues en donde yo sólo veo edificios de cristal, mi padre ha visto sembradíos, canchas de futbol, casas, tiendas y fábricas. 

Este espacio invisible, pero real en la memoria de mi padre, es lo que los antropólogos llaman espacio sociocultural. Estudiar las memorias del habitar de las personas nos hace vivir en la ciudad de manera distinta. Prueba fehaciente de ello lo experimentamos en la infancia. Estar en la escuela se volvía una experiencia perturbadora cuando a alguien se le ocurría difundir la idea de que el edificio fue construida sobre lo restos de un cementerio. 

Esta semana he volcado mi atención a contemplar mi casa y mi colonia, intentando ver con los ojos de un científico social. Amistades me han dicho que cuando uno comienza a estudiar medicina empieza a ver gérmenes por todas partes. Me pasó algo parecido cuando descubrí que observar el espacio en las ciencias sociales es darse cuenta de un entramado de relaciones, prácticas, desplazamientos y delimitaciones que grupos sociales van estableciendo e incluso institucionalizan. 

A primera vista puede sonar entretenido ser un científico social, pues para contemplar este espacio uno debe entrevistar gente, recorrer calles, observar fiestas, probar comidas, recopilar fotografías y tomar café con desconocidos. Sin embargo, generar un vínculo de confianza para obtener información sobre la vida de una persona es una tarea muy compleja. Hablar de tu vida con un desconocido puede llevarte años; y en ocasiones, incluso para hacerlo con la familia, se debe de poner a un psicólogo de por medio para evitar una catástrofe.  

Si quieres saber más sobre el complejo mundo de la investigación social, esta semana te recomiendo echarle un vistazo a La cultura espacializada. Practica y reflexión en trabajo de campo, una publicación de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en colaboración con Editorial Lambda que podrás encontrar en todas las librerías universitarias. 

Juanito Ramírez